enero 31, 2008

FRENTE AL OLVIDO

Dir. José Caballero
Viernes 20:00, Sábados 19:00 y Domingos 18:00 hrs
Caja Negra del Centro Universitario de Teatro
Centro Cultural Universitario, Insurgentes Sur 3000
(Atrás de la Sala Nezahualcóyotl)
Metro Universidad, Informes: 56227101 y 56337104
Correo:cutsec@servidor.unam.mx, Entrada Libre
www.cut.unam.mx


Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos... Es el dicho de uno de los más famosos refranes que forman parte de nuestro extenso paremiario mexicano. Pero, ¿estamos en verdad lejos de Dios o acaso es que Dios se alejó de nosotros?. Un buen día, el creador que tanto le encanta a Sabines, dejó de encantarse de México y nos mandó a los Estados Unidos. De hecho Dios nos tiene cierto resentimiento desde tiempos inmemoriales. ¿O cómo explicar tantos y tantos siglos de sufrimiento? O todo el mundo está loco o Dios es sordo (Bunbury dixit). Lejos de un mero enfrentamiento con Dios creo que debemos entender un enfrentamiento con nosotros mismos. Hago hincapié en la incesante (y agobiante) búsqueda de nuestra identidad(¿Cuál?). Ese es nuestro grandísimo problema como nación. No tenemos identidad. Ni cultura, ni patria, ni memoria, ni nación. No tenemos nada. Carlos Slim sí, él lo tiene todo. Para todos todo, para nosotros nada (“Sup” Marcos dixit). Y ahí, entre las calles del México mutilado podemos ver su historia, su estancamiento, su mediocridad. Ahí, en una iglesia (de cualquier religión) vemos la sumisión, la mendicidad, el abandono, el dolor. Ahí, en cualquier oficina de gobierno vemos la ambición, la avaricia, la podredumbre, el olvido. Ahí, en cualquier hogar mexicano vemos la desilusión, la apatía y la televisión. Eso es México y a eso se comprometió en un principio. Así lo predijo Nezahualpilli, el Venerado Orador texcocano, y así lo decidió Motecuzoma (su homólogo mexica), cuando entregó Tenochtitlán a los españoles. Nunca podrá ser de nosotros el lugar en que vivimos, a menos que dejes de ser mexicano, te llames Carlos Slim o te quieras anexar el resto de territorio que nos queda para sumar una estrella más a las ya existentes en tu bandera. ¿Qué nos queda al respecto? Lo único que sabemos hacer como mexicanos: Esperar. Con paciencia, esperar, esperar... Frente al Olvido, o junto a él.

LA NOCHE DE LOS ASESINOS. José Triana.

José Triana.
Dirección: Guillermo Navarro
Teatro Arlequín
Sábados 13:00 pm

Un actor vale,
si se prepara todos los días para morir en un escenario
...

Tres hermanos, deciden jugar a matar a sus padres; tres jóvenes-niños que desean salir del laberinto que los sumerge en la oscuridad; tres hermanos que arriesgan sus vidas, para jugar con la muerte...
La Noche de los Asesinos, a través de sus personajes, cuestiona la educación y la herencia, que les da el carácter a los protagonistas Lalo, Beba y Cuca. Tres hermanos inmersos en sus preguntas, perdidos en un laberinto del cual, quizás, nunca logren salir.
El asesinato es tan solo la idea de cortar con el cordón umbilical, es la manera para intentar escapar para vivir. Es el odio que les provoca la madre y el padre los resentimientos, la flagelación por la mentira que los padres viven, por el amor inexistente y el odio mutuo que como veneno los corroe y los infecta.
La noche de los asesinos, nos duele a través de un texto que nos confronta. Un texto escrito por José Triana, que pretende tocar nuestros lados más íntimos y vergonzosos de la familia y nuestra educación.
Tres hermanos (Lalo, Beba, Cuca) que juegan en el desván de su casa a matar a sus padres (esto es un símbolo) comenzando por la planeación, los hechos que solo se consuman en la imaginación de sus protagonistas que aterra pero que solo queda ahí como ejercicio de psicoanálisis para ayudarlos a transgredir y comprender la problemática en la cual se encuentran atrapados. Es su momento de reflexión activa.
El supuesto enjuiciamiento a Lalo que sus hermanas le realizan desencadena un cúmulo de fantasmas, de verdades insondables, que Lalo guarda para aterrarlas.
Todo esto ocurre en un cuarto oscuro que como símbolo podría ser la imaginación de estos personajes, ellos aquí invocan con este ritual el deseo de escapar, y el deseo de vivir.
La Noche..., obra sórdida y compleja, trasmite claramente los sentimientos que muchas de las veces los jóvenes desean gritar a los cuatro vientos. Y sin embargo, siempre hay una mezcla de gozo y de dolor en cada texto. Un poema solamente es cuando el autor sabe que ha entregado una parte de miedo, una parte de júbilo y una parte secreta, misteriosa, que él mismo no puede nombrar. Toda obra es una exploración interior. Cada obra es una aventura, exige un espacio, es única. Cada obra es un riesgo y se debe asimilarlo, pues cada una tiene su momento, su instante, su forma...Porque hay que luchar contra la vanidad, contra la mediocridad, contra los fantasmas, y solamente se consigue con una enorme paciencia y humildad que se debe entregar en cada palabra. Porque hay que salvar a los jóvenes de nosotros mismos y de todo cuanto les rodea, es urgente que tengan presente el contenido de este montaje; para evitar que el día de mañana, intenten cumplir el sueño de Lalo y digan a sus conocidos refiriéndose a sus padres, “yo los maté...”

Más que a Nada en el Mundo

Dirección y guión: Andrés León Becker y Javier Solar.
País: México.
Año: 2006.
Duración: 90 min.
Género: Drama.
Interpretación: Elizabeth Cervantes, Julia Urbini (Alicia), Juan Carlos Colombo, et al.
Producción: Ángeles Castro y Hugo Rodríguez.
Música: Austin TV.
Fotografía: Damián García.
Montaje: Luciana Jauffred.
Dirección artística: Bárbara Enríquez y Alejandro García.Vestuario: Fernanda Vélez.

¿Qué sucede cuándo nuestros miedos más profundos se mezclan con la más dura de nuestras realidades? Puede producirse una madurez prematura o una imaginación infinita. Siempre será mejor lo segundo, obviamente. No es posible imaginar lo contrario. No podemos combatir de otra forma, eso que otros llaman realidad. Y es que cuando nuestros miedos se apoderan de nuestros pensamientos, la única cosa que queremos es deshacernos de lo que nos causa tales sentimientos. Siempre lo hemos sabido. Desde que éramos niños. Alicia (Julia Urbini), una niña que vive con su madre en un departamento, mantiene una relación contradictoria con su madre. Estimulada por su compañera del colegio, dueña de una imaginación desbordante, Alicia comienza a ver en los problemas sentimentales de su madre y en la depresión consiguiente, los síntomas de una posesión vampírica. ¿Quién es el culpable? Sin duda, la persona enferma que vivía en el departamento de al lado. Alicia decide entonces hacer frente al vampiro, a pesar de sus temores, para deshacer el maleficio que pesa sobre su madre.
Suena a historia común, pero de alguna manera parte de esas pesadillas que, cuando somos niños, nos oprimen los intestinos y nos revuelven las entrañas. Historias comunes en lugares más comunes. Nos recuerda los espacios en los cuales corríamos a escondernos de eso que nos decían que nos iba a llevar y que se llamaba “el coco”. Nos hace recordar el tiempo en que nos escondíamos detrás de la puerta en las discusiones a nuestros padres, de sus gritos y sus reproches mutuos. Nos devuelve a ese tiempo en que no comprendíamos cuál de las dos cosas era peor, la realidad tangible o la alterna propiciada por nuestra capacidad inventiva, aquella que siempre fue invisible para el mundo, la que nos torturó tantas y tantas veces a más no poder, pero que al mismo tiempo nos hacía platicar con pelotas moradas y con chapulines de colores. Más que a nada en el mundo nos recuerda eso y nos evoca a esa realidad aparente en la que vivimos, en la que siempre viviremos conformes por lo que tenemos y con el temor de hacer frente a lo que nos es desconocido, aunque eso signifique recordar con nostalgia, que nunca sabremos que es lo que hubiera sido de nosotros, en otras circunstancias.

AZTECA. Gary Jennings.

Gary Jennings.
Editorial Planeta
México, 1996

“Nosotros lo vimos, nosotros lo vivimos,
en los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
Enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
Y en las paredes están salpicados los sesos...”
Visión de los Vencidos, Miguel León Portilla.

Nuestra historia bien puede ser contada por etapas. Algunos historiadores hablan de precolombina, colombina y postcolonial. Otros la señalan por periodos: prehispánico, colonial e independiente. Algunos más la dividen en partes, a saber dos: antes de la “conquista” y después de ella. Yo la divido en partes también. En aquellas que fueron desmembradas de una manera vil, tajante y desproporcionada, hasta convertir todo un continente en nada más que ruinas. Solo en eso.
Dentro de nuestra nación se dice que hay varias culturas. Hay una que gobierna (los blancos), otra que se enriquece (los mestizos) y otra que vive en la miseria (los indios). La Constitución mexicana afirma que la nación tiene una composición pluricultural. Esto significa que a la mayoría no le preocupa que los tzeltales y los tzotziles vivan con menos de veinte pesos al día, con tal que solo se subleven cada 500 años.
[1]
Y es absurdo y hasta estúpido pensar que después de tantos siglos de humillación y mendicidad, todavía nos dirijamos ante los usurpadores como: ¿en que puedo servirle?, ¿Mande usted?. Aquellos que aun continúan en el poder desde hace más de 500 años, antes del PRI y del PAN, aquellos saqueadores que siguen mancillando y envileciendo la nación que hoy ha perdido su identidad, sus valores, su dignidad. Una nación que dejó de serlo el día en que el único hombre que pudo cambiar la historia no pudo hacerlo. O no quiso que fue peor. Y a partir de entonces, el servilismo se volvió parte inherente de nuestra sociedad y de nuestra cultura, híbrida, bizarra, surrealista.
Y entonces, nos da rabia, impotencia, coraje. Nos enfurece pensar que los dioses de los mexicas no hubieran sido más agresivos frente a la cruz inquisidora. Nos duele en el alma la idea de pensar que después de siglos de vejación, hoy, con singular alegría, digamos campantes que somos casi hermanos de los españoles. De esa raza maldita que trajo las más bestiales enfermedades a una magnifica raza de bronce, esas que fueron las verdaderas dominadoras del basto territorio americano.
Y entonces desde aquel encuentro dispar de mundos disímiles, odiamos a nuestros propios hermanos, rechazamos al indígena, pero adoramos a quienes nos hunden el pie en el alma y se regocijan del “avance” logrado en este país tercermundista. Y los pobres, los jodidos, los lumpen proletarium, no pueden aspirar a esa vida mediocre de poner un changarro y tener un vocho. Ha sido vendida su dignidad el día que Ce Malinali (nunca Malintzin), vendió su cuerpo de ramera, sus orígenes y con ello su historia.
¿Traidores a la patria? Los texcaltecas, Ce Malinali, Motecuzoma Xocoyótl, los Totonacas, Carlos Salinas... ninguno de ellos. ¿Traidores a cuál patria? ¿La que se consumió con la soberbia y la egolatría de sus gobernantes? ¿La que se ofreció por ignorancia, miedo o conveniencia? Quizá a Motecuzoma le quedó muy grande Tenochtitlán, aunque para ser honesto, Tenochtitlán siempre fue demasiado grande para cualquier otro que intentara conducirla. Aun hoy no han sabido darle el trato que necesita y aun continúa atrapada en las islas en que vio su esplendor, aunque las de hoy no son líquidas, sino islas de terquedad, de miseria, de sumisos, de mediocres.
Y es irónicamente un extranjero quien viene a recordárnoslo. Una persona que cruelmente nos seduce con su historia y nos despierta de nuestra ignorancia. Un extranjero que sin el menor tacto suave nos descubre una realidad terrible. Una realidad que debió haberse consumido y enterrado junto con las ruinas de las grandes naciones pisoteadas, para beneplácito de sus saboteadores. Pero no ocurrió así.
Y fue un tal Gari Jennings, que sin ningún asomo de misericordia nos da una y otra vez, una sacudida en la historia des-conocida por quiénes deben conocerla. Y nos humilla con lecciones de historia y nos hunde en la mierda hasta que con el último aliento decimos basta. Y nos presenta a un hombre que quiso dar su vida para salvar a su nación, pero ya no pudo hacerlo. Y nos presenta una historia de amor que es terriblemente bella. Y nos conduce a una nación esplendorosa que es aterradoramente salvaje. Pero era su identidad. Era Tenochtitlán. Hoy no somos, ni siquiera la sombra de lo que fueron nuestros antepasados, sí es que alguna vez lo fueron. Hoy solo somos un remedo de una nación que aun no acaba de construir su identidad. Hoy somos los hijos bastardos de una nación que se congratula de su “conquista”.Y nos queda solo pedirle al Dios usurpador, pues se nos arrebató a los otros, que nos dé su permiso, para ir a sentarnos junto a quienes nos aman, y poder decirles, quizá por última vez, que también los amamos, para que sean esas las últimas palabras que escuchen antes de dormir para siempre, antes de que nosotros, como mal presagio, como destructores de naciones, como una Nube Oscura, extingamos su vista y con ella, también su vida.

[1] DRESSER, Denise y VOLPI, Jorge. México: Lo que todo ciudadano quisiera (no) saber de su patria, México: Aguilar, Nuevo Siglo, 2006, p.29