marzo 01, 2008

AURA

Carlos Fuentes
Editorial Era
México, 2007



¿Me querrás siempre?
Siempre, Aura, te amaré para siempre.
¿Siempre? ¿Me lo juras?
Te lo juro.
¿Aunque envejezca?

¿Aunque pierda mi belleza?
¿Aunque tenga el pelo blanco?
Siempre, mi amor, siempre.
¿Aunque muera, Felipe?

¿me amarás siempre aunque muera?
Siempre, siempre. Te lo juro.

Nada puede separarme de ti.”

De cierta forma todos somos como Felipe Montero. Buscamos lo mejor de la vida con el mínimo esfuerzo. Pero cuando la necesidad de nuestros deseos se agrava, entonces uno puede buscar en cualquier periódico la tarea que nos pueda sacar del apuro económico.
Pero no siempre las cosas resultan como uno se las imagina. Y menos si uno se enamora. Enamorarse en el lugar del trabajo o con gente afín a él, termina siempre por volvernos locos. Y es entonces cuando nuestros miedos se apoderan de nuestros sentimientos. Cuando trastocamos el alma a la más extrema de las visiones.
Cuando amamos todo lo vemos diferente. Cada parpadeo nos hace transitar por un inusitado camino que al final nos hará encontrarnos con una realidad que pensabamos imaginaria. Y la realidad nos golpea, y el amor pierde frente a la realidad, pues nos hace ver las cosas como no las deseamos. Y preferimos vivir sumidos en ese mundo de mentiras que enfrentarnos ante el reto de nuestra verdad, que no es otra cosa que el obstáulo impuesto por nuestros mismos sueños.
Dicen que la belleza es terriblemente peligrosa, pues nos envuelve de tal forma que una vez atrapados en ella, dificilmente podremos abandonarla. Por el contrario. Nos obligamos, sin que nadie nos lo proponga, a buscar por todas las vías y de cualquier forma, obtener lo que deseamos. Satisfacer ese deseo que despierta en nosotros una perturbable criatura que nos hace imaginar la más desvergonzada fantasía.
Y entonces perdemos el Consuelo en busca del Aura que nos ilumine y nos lleve a encontrar el camino correcto, el que nos enmiende de nuestros errores, pero que al mismo tiempo, sea el que menos sufrimiento y confusión nos provoque. Pero ya es tarde, pues sumidos en nuestro embelezamiento, no caemos en la cuenta de que el error, el engaño, la mentira, la traición, la infamia, la decepción incluso, son nada más producto de una imaginación productiva y quizá, enamorada. La realidad, al final, es solo el cierre de un ciclo y el principio del otro, que suponemos infinito.