Dirección y guión: Andrés León Becker y Javier Solar.
País: México.
Año: 2006.
Duración: 90 min.
Género: Drama.
Interpretación: Elizabeth Cervantes, Julia Urbini (Alicia), Juan Carlos Colombo, et al.
Producción: Ángeles Castro y Hugo Rodríguez.
Música: Austin TV.
Fotografía: Damián García.
Montaje: Luciana Jauffred.
Dirección artística: Bárbara Enríquez y Alejandro García.Vestuario: Fernanda Vélez.
País: México.
Año: 2006.
Duración: 90 min.
Género: Drama.
Interpretación: Elizabeth Cervantes, Julia Urbini (Alicia), Juan Carlos Colombo, et al.
Producción: Ángeles Castro y Hugo Rodríguez.
Música: Austin TV.
Fotografía: Damián García.
Montaje: Luciana Jauffred.
Dirección artística: Bárbara Enríquez y Alejandro García.Vestuario: Fernanda Vélez.
¿Qué sucede cuándo nuestros miedos más profundos se mezclan con la más dura de nuestras realidades? Puede producirse una madurez prematura o una imaginación infinita. Siempre será mejor lo segundo, obviamente. No es posible imaginar lo contrario. No podemos combatir de otra forma, eso que otros llaman realidad. Y es que cuando nuestros miedos se apoderan de nuestros pensamientos, la única cosa que queremos es deshacernos de lo que nos causa tales sentimientos. Siempre lo hemos sabido. Desde que éramos niños. Alicia (Julia Urbini), una niña que vive con su madre en un departamento, mantiene una relación contradictoria con su madre. Estimulada por su compañera del colegio, dueña de una imaginación desbordante, Alicia comienza a ver en los problemas sentimentales de su madre y en la depresión consiguiente, los síntomas de una posesión vampírica. ¿Quién es el culpable? Sin duda, la persona enferma que vivía en el departamento de al lado. Alicia decide entonces hacer frente al vampiro, a pesar de sus temores, para deshacer el maleficio que pesa sobre su madre.
Suena a historia común, pero de alguna manera parte de esas pesadillas que, cuando somos niños, nos oprimen los intestinos y nos revuelven las entrañas. Historias comunes en lugares más comunes. Nos recuerda los espacios en los cuales corríamos a escondernos de eso que nos decían que nos iba a llevar y que se llamaba “el coco”. Nos hace recordar el tiempo en que nos escondíamos detrás de la puerta en las discusiones a nuestros padres, de sus gritos y sus reproches mutuos. Nos devuelve a ese tiempo en que no comprendíamos cuál de las dos cosas era peor, la realidad tangible o la alterna propiciada por nuestra capacidad inventiva, aquella que siempre fue invisible para el mundo, la que nos torturó tantas y tantas veces a más no poder, pero que al mismo tiempo nos hacía platicar con pelotas moradas y con chapulines de colores. Más que a nada en el mundo nos recuerda eso y nos evoca a esa realidad aparente en la que vivimos, en la que siempre viviremos conformes por lo que tenemos y con el temor de hacer frente a lo que nos es desconocido, aunque eso signifique recordar con nostalgia, que nunca sabremos que es lo que hubiera sido de nosotros, en otras circunstancias.
Suena a historia común, pero de alguna manera parte de esas pesadillas que, cuando somos niños, nos oprimen los intestinos y nos revuelven las entrañas. Historias comunes en lugares más comunes. Nos recuerda los espacios en los cuales corríamos a escondernos de eso que nos decían que nos iba a llevar y que se llamaba “el coco”. Nos hace recordar el tiempo en que nos escondíamos detrás de la puerta en las discusiones a nuestros padres, de sus gritos y sus reproches mutuos. Nos devuelve a ese tiempo en que no comprendíamos cuál de las dos cosas era peor, la realidad tangible o la alterna propiciada por nuestra capacidad inventiva, aquella que siempre fue invisible para el mundo, la que nos torturó tantas y tantas veces a más no poder, pero que al mismo tiempo nos hacía platicar con pelotas moradas y con chapulines de colores. Más que a nada en el mundo nos recuerda eso y nos evoca a esa realidad aparente en la que vivimos, en la que siempre viviremos conformes por lo que tenemos y con el temor de hacer frente a lo que nos es desconocido, aunque eso signifique recordar con nostalgia, que nunca sabremos que es lo que hubiera sido de nosotros, en otras circunstancias.
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